lunes

Una mañana paseando por un cementerio
curiosamente no llovía
me acerque a un conmovido escenario:
un muerto y multitud de vivos
despidiéndolo. Debió ser alguien importante
pensé; mas por la multitud
que por las lágrimas derramadas.
Aún así la tierra se convertía en barro
y el muerto en hoyo negro.
Cuando el espectáculo llegó a su fin
quise aplaudir, pues cada uno
se mantuvo correctamente en su papel.
Pero una duda me detuvo: ¿Qué papel
debía representar yo, el del vivo o el del muerto?

Finalmente el séquito desfiló dejando
como único testigo al espectador mudo que fui
y ya sólo, entre las tumbas,
me acomodé sobre la tierra removida
a medio camino de los unos y de los otros esperando la respuesta.
El día oscurecía, las nubes se deformaban,
el alma del difunto nunca accedió al cielo
o yo no la vi pasar; pobre diablo!
Y a media tarde harto de tanta espera
y con la espalda entumecida por la humedad
me levanté y me fui a mi casa.
Hoy
meses más tarde, instalado en el sofá de mi salón
con la espalda protegida por una manta y el televisor en marcha
sigue esa espera, pero hace más calor.

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