El cartel decía: se venda el amor.
Si usted tiene alguna herida
cicatrizamos y vendamos el amor.
Entré sin dudarlo
buscando un remedio eficaz contra ti.
¡Qué negocio! pensé al salir
con una cajita de ungüento del tiempo.
-Es muy eficaz!
Me aseguro ese hombre tras el cristal de sus gafas
calvo, con exceso de peso
tan satisfecho de sus frascos.
¡Qué sabrá este gordo del amor!
-Cada mañana dos friegas de nuestro bálsamo
y en un mes el dolor habrá desaparecido.
El tiempo lo cura todo, joven,
pero no le hará inmune a las recaídas; no nos olvide.
pues bien, el boticario tenía razón
y esta tarde he ido a visitarle con una propuesta en firme:
¿Y si en lugar de un fármaco pasajero inventáramos
de una vez por todas la vacuna definitiva al amor?
lunes
sábado
viernes
lunes
Una mañana paseando por un cementerio
curiosamente no llovía
me acerque a un conmovido escenario:
un muerto y multitud de vivos
despidiéndolo. Debió ser alguien importante
pensé; mas por la multitud
que por las lágrimas derramadas.
Aún así la tierra se convertía en barro
y el muerto en hoyo negro.
Cuando el espectáculo llegó a su fin
quise aplaudir, pues cada uno
se mantuvo correctamente en su papel.
Pero una duda me detuvo: ¿Qué papel
debía representar yo, el del vivo o el del muerto?
Finalmente el séquito desfiló dejando
como único testigo al espectador mudo que fui
y ya sólo, entre las tumbas,
me acomodé sobre la tierra removida
a medio camino de los unos y de los otros esperando la respuesta.
El día oscurecía, las nubes se deformaban,
el alma del difunto nunca accedió al cielo
o yo no la vi pasar; pobre diablo!
Y a media tarde harto de tanta espera
y con la espalda entumecida por la humedad
me levanté y me fui a mi casa.
Hoy
meses más tarde, instalado en el sofá de mi salón
con la espalda protegida por una manta y el televisor en marcha
sigue esa espera, pero hace más calor.
curiosamente no llovía
me acerque a un conmovido escenario:
un muerto y multitud de vivos
despidiéndolo. Debió ser alguien importante
pensé; mas por la multitud
que por las lágrimas derramadas.
Aún así la tierra se convertía en barro
y el muerto en hoyo negro.
Cuando el espectáculo llegó a su fin
quise aplaudir, pues cada uno
se mantuvo correctamente en su papel.
Pero una duda me detuvo: ¿Qué papel
debía representar yo, el del vivo o el del muerto?
Finalmente el séquito desfiló dejando
como único testigo al espectador mudo que fui
y ya sólo, entre las tumbas,
me acomodé sobre la tierra removida
a medio camino de los unos y de los otros esperando la respuesta.
El día oscurecía, las nubes se deformaban,
el alma del difunto nunca accedió al cielo
o yo no la vi pasar; pobre diablo!
Y a media tarde harto de tanta espera
y con la espalda entumecida por la humedad
me levanté y me fui a mi casa.
Hoy
meses más tarde, instalado en el sofá de mi salón
con la espalda protegida por una manta y el televisor en marcha
sigue esa espera, pero hace más calor.
sábado
Me gustaría ser un objeto
para servir de algo.
Me gustaría que no me olvidárais
cuando me vaya
aunque ahora no os acordeis de mí.
Paso veloz por la vida de las gentes
como el viento que azota
las ramas en plena tormenta.
Pasan veloz por mi vida las gentes.
Me gustaría detener el tiempo
dormir, respirar con vosotros
pero nadie nada nunca
sonríe en mis días.
para servir de algo.
Me gustaría que no me olvidárais
cuando me vaya
aunque ahora no os acordeis de mí.
Paso veloz por la vida de las gentes
como el viento que azota
las ramas en plena tormenta.
Pasan veloz por mi vida las gentes.
Me gustaría detener el tiempo
dormir, respirar con vosotros
pero nadie nada nunca
sonríe en mis días.
sábado
jueves
lunes
Si todavía fuera niño
pintaría el mar y el arco iris.
y a mamá, y a papá
en la puerta de la casa. El huerto
con tomates rojos, el prado
con flores de colores. Y una mujer
paseando en bicicleta. Pero fui niño,
seguí creciendo y la caja de pinturas
se secó. Ahora cuando pinto
ya no hay mamá, ni papá,
ni el arco iris. Las bicicletas
oxidadas ya no sirven
ni en verano y yo
veo el huerto sin colores.
pintaría el mar y el arco iris.
y a mamá, y a papá
en la puerta de la casa. El huerto
con tomates rojos, el prado
con flores de colores. Y una mujer
paseando en bicicleta. Pero fui niño,
seguí creciendo y la caja de pinturas
se secó. Ahora cuando pinto
ya no hay mamá, ni papá,
ni el arco iris. Las bicicletas
oxidadas ya no sirven
ni en verano y yo
veo el huerto sin colores.
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